En julio de 1966, mientras los Beatles se preparaban para lanzar “Revolver” y España se acercaba al trigésimo aniversario del golpe que dio origen a la dictadura de Franco, el artista hispano-filipino Fernando Zóbel inauguró un sorprendente y visionario enclave cultural.
Ubicado en un grupo de casas del siglo XV que se asoman sobre un precipicio en la pequeña ciudad de Cuenca, el Museo de Arte Abstracto Español abrió sus puertas con una misión clara aunque desafiante. Manuel Fontán del Junco, director de museos y exposiciones de la Fundación Juan March en Madrid y uno de los curadores de una nueva exposición sobre la institución, explica que “era un museo para artistas en un país de artistas sin museos”.
Cuando Zóbel, nacido en una familia acomodada y poderosa en Manila, llegó a España tras estudiar filosofía y literatura en Harvard, se dio cuenta de dos cosas. “Al llegar aquí, notó que los artistas abstractos españoles eran muy buenos, pero que no tenían dónde mostrar sus obras tras volver de exposiciones internacionales”, comentó Fontán. “También se dio cuenta de que podía coleccionar sus obras”.
A pesar de que España contaba con una generación entera de artistas abstractos de renombre mundial, como Eduardo Chillida, Jorge Oteiza, Manolo Millares y Antoni Tàpies, poco había hecho por honrarlos.
Zóbel decidió cambiar eso recolectando sus obras y buscando un lugar donde exhibirlas al público. Una conversación con el pintor Gustavo Torner, oriundo de Cuenca, condujo a una visita a la ciudad y al descubrimiento de que las famosas Casas Colgadas habían sido renovadas pero estaban vacías. Inmediatamente cautivado por las casas como posible sede para un museo, Zóbel logró persuadir al alcalde para que le permitiera usar las propiedades a cambio de un alquiler simbólico.
El museo, inaugurado el 1 de julio de 1966, no solo fue el primer museo de arte abstracto en España, sino también, según Fontán, “el primer espacio gestionado por artistas en España, y uno de los primeros en el mundo”. Aunque la galería fue aclamada por el primer director del Museo de Arte Moderno de Nueva York como “el museo pequeño más bello del mundo” –descripción que da título a la exposición– su importancia trascendió el arte visual.